Paz con nosotros

La paz dentro y entre las congregaciones de la iglesia puede ser presionada, probada y rota. Esto es a pesar de las elevadas instrucciones de Pablo a la iglesia: “esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz” (Efesios 4:3), y “que gobierne en sus corazones la paz de Cristo, a la cual fueron llamados en un solo cuerpo” (Colosenses 3:15). Sabemos que el ideal de la iglesia es ser la comunidad de Cristo redimida, unificada, muy literalmente viviendo y compartiendo el evangelio, que es un evangelio de paz. También sabemos que la realidad es bastante diferente. Jesús nunca escribió ningún libro. Más bien, estableció una comunidad. Ese fue su legado. La más grande hermenéutica del evangelio, es una comunidad espiritual que busca vivir por el evangelio. Una carencia de paz en la iglesia no sólo daña a la iglesia— daña al testimonio y al mensaje del evangelio.

Entonces, ¿Cómo tenemos y hacemos la paz? La respuesta no puede agotarse en una biblioteca de artículos, pero consideremos los siguientes conceptos esenciales de Efesios 2:11-22, un pasaje clave del Nuevo Testamento sobre la paz. Hablando acerca de Jesucristo (v. 13), Pablo dice enfáticamente que “Él mismo es la paz” (v. 14). Cristo es el pacificador perfecto. Él no sólo nos da la paz, sino que nuestra paz está —sólo— en y a través de Él. Ambos testamentos afirman que la paz no es meramente la ausencia de pleito y conflicto. Bíblicamente, paz es un término completo que es relacional y envuelve la totalidad de la vida. Es un término detallado que describe la salvación y la comunión con Dios. A través de Jesús, tenemos paz, acceso, cercanía y comunión con el Padre. Pero la paz en Cristo no termina allí. En Cristo, también tenemos paz unos con otros.

A través de la cruz, al derribar las barreras del antiguo pacto entre judíos y gentiles, Jesús hizo de los dos pueblos uno solo: “Esto lo hizo para crear en sí mismo de los dos pueblos una nueva humanidad al hacer la paz, para reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo” (vv. 15-16). Él no convirtió a los gentiles en judíos, o a los judíos en gentiles, sino que más bien en Sí mismo hizo una nueva creación—nueva en tiempo y cualidad o esencia. Ésta nueva humanidad es de hecho la creación de una comunidad—la nueva creación de la comunidad espiritual de la iglesia, que es el templo espiritual donde Dios mora a través del Espíritu. Ésta es una paz, un compañerismo, que trasciende raza, cultura, opinión, e incluso entendimiento y discernimiento doctrinales. Como la verdad, es más relacional y personal que conceptual. Se encuentra en la persona y obra de Cristo, no en nuestros debates o discusiones acerca de Él. Se vive en una forma completa, que incluye toda la vida, en compañerismo con nuestros hermanos y hermanas en Cristo.

¿A qué se podría parecer eso? A muchas cosas, pero un reflejo de ello es Romanos 15:7 “por tanto, acéptense mutuamente, así como Cristo los aceptó a ustedes para la gloria de Dios”. Esto no es un encogerse de hombros y quejarse diciendo: “¿Por qué no podemos llevarnos bien todos?” No es una paz fácil a cualquier precio—es una paz al precio máximo, el precio de la cruz. Es paz en y a través de Jesucristo. Es una disponibilidad a buscar y seguir la paz. Es una apertura a preguntarnos honestamente, ¿soy un(a) hacedor de la paz? o ¿soy un(a) quitador(a) de la paz, destructor(a) de la paz y hacedor(a) de problemas?. Abrazar ésta paz en Cristo lo cambia todo—incluyendo cómo vemos e interactuamos unos con otros. Es tomar en serio el llamado de nuestro hermano mayor para actuar y hacer la obra del Padre—quien es el Dios de paz. Que bendición son los pacificadores verdaderamente.

— Hno. Chester Urbina
Renovación Año 4 – Edición 23