Jesús como hombre cumplió todos los requisitos para ser la ofrenda perfecta por nuestros pecados: “Pero el Señor quiso quebrantarlo y hacerlo sufrir, y como Él ofreció su vida en expiación, verá su descendencia y prolongará sus días, y llevará a cabo la voluntad del Señor.” (Isaías 53: 10 NVI). Este sacrificio no nos sirve para nuestra salvación si permanecemos separados de Él como nos dice Juan Calvino en el Tercer libro de Institución de la religión cristiana, con un párrafo muy importante: “Ante todo hay que notar que mientras Cristo está lejos de nosotros y nosotros permanecemos apartados de Él, todo cuanto padeció e hizo por la redención del humano linaje no nos sirve de nada, no nos aprovecha en lo más mínimo. Por tanto, para que pueda comunicarnos los bienes que recibió del Padre, es preciso que Él se haga nuestro y habite en nosotros. Por esta razón es llamado “nuestra Cabeza” y “primogénito entre muchos hermanos”; y de nosotros se afirma que somos “injertados en Él” (Rom 8.29; 11. 17; Gál 3.27); porque, según he dicho, ninguna de cuantas cosas posee nos pertenecen ni tenemos que ver con ellas, mientras no somos hechos una cosa con Él”
Solamente hay una única manera de que Jesús habite en nosotros es por medio de la fe, al igual que Abraham, “Por eso se le tomó en cuenta su fe como justicia. Y esto de que «se le tomó en cuenta» no se escribió sólo para Abraham, sino también para nosotros. Dios tomará en cuenta nuestra fe como justicia, pues creemos en aquel que levantó de entre los muertos a Jesús nuestro Señor. Él fue entregado a la muerte por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación. En consecuencia, ya que hemos sido justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. (Romanos 4:22- 5:1 NVI)
En Jesús encontramos el amor, la verdad, la paz y la justicia.
— Hno. Mauricio J. Rivas Diácono
Renovación Año 4 – Edición 32