Con esta señal de Jesús el evangelio de Juan nos muestra a lo largo del capítulo 9 la diferencia entre la justicia de los hombres y la de Dios. En el tiempo de Jesús las enfermedades se veían como un castigo por el pecado. Esta teoría tenía la función de justificar la indiferencia frente al sufrimiento humano; podemos estar tranquilos frente al sufrimiento de los demás sabiendo que es un problema entre el enfermo y Dios.
Los fariseos en este capítulo vuelven a cuestionar el hecho de que Jesús le devolviera la vista al ciego en sábado, más aún al hacer barro con sus manos. Para ellos eran más importantes sus dogmas religiosos que hacer el bien, incluso llaman pecador a Jesús y no creen que el ciego lo haya sido. Buscan a los padres del ciego y los intimidan; estos para no ser expulsados de la sinagoga, dejan solo a su hijo aduciendo que es mayor de edad.
No conforme con esto vuelven a interpelar al que era ciego de nacimiento afirmándole que saben que Jesús es un pecador; quien les responde “lo que se sí sé es que antes yo era ciego, y ahora veo! Esto los molesta tanto que a pesar de ya no estar ciego lo acusan de ser pecador desde su nacimiento y lo expulsan de la sinagoga.
¿Cuál es nuestra posición ante el sufrimiento de otros? ¿Lo vemos como una oportunidad para llevar luz o nos limitamos a condenar y a marginar? La enseñanza de Jesús es clara “Mientras yo esté con ustedes, hagamos el trabajo que Dios mi Padre me mandó hacer” (Jn. 9: 4a ).
Si tenemos a Jesús en nuestras vidas luz somos del mundo.
— Hno. Mauricio J. Rivas Diácono
Renovación Año 4 – Edición 33