En 1930, del 12 marzo al 5 de abril, Mahatma Gandhi dirigió la Marcha de la Sal que se convirtió en uno de los más importantes acontecimientos que condujeron a la independencia de la India del Imperio Británico. Después de un recorrido a pie de 300 kilómetros a la costa del Océano Índico avanzó dentro del agua y recogió en sus manos un poco de sal. Con este gesto altamente simbólico, Gandhi alentó a sus compatriotas a violar el monopolio impuesto por el gobierno británico sobre la producción y distribución de sal.
Nuestro Señor nos dejó esta breve parábola de la sal: “La sal es buena, pero si se vuelve insípida, ¿cómo recuperará el sabor? No sirve ni para la tierra ni para el abono; hay que tirarla fuera.” Lc.14: 34-35 Podemos decir que lo esencial de la parábola es la inutilidad de la sal que ha perdido su sabor. Ahora bien, en la situación en que enseñaba Jesús, ¿cuál era a sus ojos el ejemplo más destacado de semejante pérdida de valor? Jesús veía esa tragedia en el estado del judaísmo de su tiempo. Dios había elegido al pueblo judío para revelarse a las naciones pero lamentablemente una cosa buena y necesaria había sido irrevocablemente estropeada.
Ahora bien, para nosotros sus discípulos, la parábola se convierte en una advertencia sobre la responsabilidad de ejercer un influjo purificador y preservativo en todo el mundo. Si no lo ejercemos, habremos equivocado el objetivo de la vida y seremos rechazados absolutamente por Dios. Por eso en Ro. 12:11 el Señor nos invita “Nunca dejen de ser diligentes; antes bien, sirvan al Señor con el fervor que da el Espíritu.”
La mejor manera de servir al Señor es llevando a la práctica su palabra como nos enseña Stg. 1:27 “La religión pura y sin mancha delante de Dios nuestro Padre es ésta: atender a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y conservarse limpio de la corrupción del mundo.”
Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Jr. fueron sal en su tiempo sirviendo a sus pueblos; nosotros los discípulos del Señor no podemos volvernos insípidos sino que debemos tomar nuestra cruz y seguirle.
— Hno. Mauricio J. Rivas Maestro de Escuela Bíblica Dominical
Renovación Año 4 – Edición 9