Una obligación ineludible

Esas son las buenas nuevas que sus discípulos tenemos que proclamar. Las nuevas de que el Reino de Dios se acercó cuando el Señor vino, cuando enseñó, sanó y predicó. ¡No hay mejor manera de proclamar las nuevas de salvación que con nuestras vidas, con nuestro testimonio! Tal vez no todos tenemos el don de hablar o de escribir, pero todos podemos mostrar vidas transformadas.  “Pero ahora dejen todo eso: el enojo, la pasión, la maldad, los insultos y las palabras indecentes. No se mientan los unos a los otros, puesto que ya se han despojado de lo que antes eran y de las cosas que antes hacían, y se han revestido de la nueva naturaleza: la del nuevo hombre, que se va renovando a imagen de Dios, su Creador, para llegar a conocerlo plenamente…

Sopórtense unos a otros, y perdónense si alguno tiene una queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes. Sobre todo revístanse de amor, que es el lazo de la perfecta unión. (Colosenses 3:8-10, 13-14)

Cuando tengamos esas buenas relaciones entre nosotros mismos, podemos salir a las calles a alcanzar a los que todavía no conocen al Señor, no con palabras, sino con hechos. Si miramos alrededor nuestro, vemos las necesidades que hay, niños y mujeres maltratados, jóvenes y adultos víctimas de los vicios, ancianos desvalidos, enfermos que necesitan consuelo. Quizá no todos estén abiertos a escuchar un mensaje, una exhortación, pero sí un consejo. Debemos pedir al Señor que nos dé el don de escuchar con suma atención para dar una palabra de sabiduría. Estaremos anunciando el evangelio, cuando salgamos de las cuatro paredes del templo a servir a otros, aunque no se congreguen nunca con nosotros. 

Recordemos que anunciar el evangelio “no es una opción, es una obligación ineludible” (1 Corintios 9:16, versión Dios Habla Hoy)

— Hno. Dámaris Albuquerque, Maestro EBD
Renovación Año 5 – Edición 12