El apóstol Juan escribió: “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.
Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros . . . Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Juan 4:8-11, 20).
Jesús dejó muy en claro que el mayor mandamiento de todos es el de amar a Dios y a nuestro prójimo: “Acercándose uno de los escribas, que los había oído disputar, y sabía que les había respondido bien, le preguntó: ¿Cuál es el primer mandamiento de todos? Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos” (Marcos 12:28-31).
Si amamos a Dios, le obedeceremos y guardaremos sus mandamientos. “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3). Si amamos a los demás, los serviremos y no pecaremos contra ellos. “El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13:10).
El apóstol Pablo escribió que si no estamos motivados por el amor de Dios, nada de lo que hacemos vale la pena: “Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” (1 Corintios 13:2-3). Pero cuando recibimos el amor de Dios, éste transforma nuestras vidas y nos da la motivación para servir generosamente a los demás: “y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5).
El amor de Dios es una poderosa fuerza que nos ayuda a sobreponernos al miedo en nuestras vidas: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7). El apóstol del amor escribió: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (1 Juan 4:18).
Sí, el amor de Dios transforma la vida de las personas. ¡Oremos los unos por los otros, por todo el pueblo de Dios, y pidámosle más de su gran amor!
Renovación Año 5 – Edición 18