Poner los ojos en Cristo es andar santamente

¿Qué significa fijar los ojos en Cristo? Si pensáramos con cuidado en esto, percibiríamos que no podemos separar a Cristo y su evangelio en la expectación de nuestra fe. Expliquemos esto: Dice la Escritura que nadie ha subido al cielo para hacer descender la gracia de Dios, es Jesús el que ha descendido, es Dios quien se ha compadecido; es Él quien nos habló en términos terrenales, para enseñarnos las cosas celestiales. De modo que en nuestra mente no cabe otro Cristo sino aquel que se ha encarnado, humilde y humillado en la forma de un pequeño bebé; que aquel que ha crecido para llevar nuestras aflicciones, que ha muerto crucificado, que ha resucitado y está en la gloria del Padre … y cuando sumamos todos estos hechos, nos damos cuenta que nuestra contemplación de Cristo es la contemplación de su evangelio … y ese descubrimiento es transformador.

Jesús deja de parecer una fantasía en nuestra mente, una ilusión que congenia con cada uno de mis deseos más egoístas; Jesús deja de ser un objeto que imaginas mientras cantas los últimos cantos de tu cantante cristiano favorito; Jesús deja de ser un sueño o un ideal religioso, y es entonces que puede ser visto como lo que es; Jesús el Hijo de Dios encarnado, el siervo sufriente, el Señor de la Historia; el Señor de Señores, el Rey de Reyes.

La mirada de fe hacia Jesús se transforma, entonces, en el evangelio en acción, en el poder de Dios que transforma a los hombres y que da vida a los muertos … y, de manera inevitable, nuestro mirar se convierte en perseverancia, (v.3); nuestro mirar se convierte en amor y paz santa. (v.14)

El texto de hoy nos presenta la santidad de la paz que resulta de la consideración y entendimiento del verdadero evangelio: la paz con todos y la santidad demanda compromiso de los unos para con los otros, asegurarse que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios, lo que implica la mirada atenta de amor y cuidado sobre los demás hermanos.

Pero demanda también asegurarse que ninguna raíz de amargura brote y cause dificultades y corrompa a muchos. Nuestra mirada atenta, luego, debe también enfocarse en nosotros mismos, exige limpiar nuestro corazón de los deseos de venganza, del rencor, de la envidia, del egoísmo del cual nacen todas estas cosas.

Cuando se fijan los ojos en Cristo, cuando se llega a comprender el verdadero evangelio, comprendemos que no se puede reemplazar la santidad con lágrimas. Esaú vendió sus privilegios para satisfacer sus apetitos; del mismo modo, muchos han encontrado formas aparentemente cristianas de satisfacer sus deseos más egoístas: su codicia ahora se esconde detrás del “evangelio de la prosperidad”; sus deseos de poder, se disfrazan detrás de la llamada “renovación apostólica”; su orgullo y vanidad, se camuflan en los llamados “ministerios de alabanza”; su sed de figuración, se sublima en “conciertos cristianos” … y toda esta carnalidad se adereza con “lágrimas”.

No es el emocionalismo, sino la espiritualidad lo que marca la vida de un cristiano; no es el remordimiento, sino el arrepentimiento, lo que distingue la vida de un cristiano; no es el espectáculo sino la confesión y la oración íntima lo que caracteriza la devoción cristiana. No es el camino de Esaú sino el de Jesús el que siguen quienes verdaderamente han puesto sus ojos en Él.

¿Dónde están puestos tus ojos? ¿Cuál es el Cristo que estás mirando?

“Fijemos la mirada en Jesús,  el iniciador y perfeccionador de nuestra fe,  quien por el gozo que le esperaba,  soportó la cruz,  menospreciando la vergüenza que ella significaba,  y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios.” – Hebreos 12:2

— Tomado de Devocionales Cristianos del Ministerio del Centro Bautista de Retiro
    Roberto Pável Jáuregui Zavaleta