Le recordaron que la Ley requería que esa mujer muriera. Por supuesto que estaban en lo correcto; pero también era necesaria la muerte del hombre (ver Levítico 20:10; Deuteronomio 22:22). Entonces le pidieron Su opinión con respecto a lo que debía hacerse con aquella mujer. ¿Se atrevería Jesús a desafiar la Ley de Moisés?
Jesús estaba más interesado en la hipocresía de los escribas y de los fariseos que someter a muerte a la mujer.
Si los pecadores debían morir (pues la paga del pecado es la muerte—el alma que pecare deberá morir), entonces que los que no tienen pecado, tiren la primera piedra. Nadie podía tener el coraje de asumir que no tenían pecado. Nadie se atrevió a afirmar que era lo suficientemente justo como para pronunciar un juicio y comenzar la ejecución. Y es así que todos los que acusaban a esta mujer, desaparecieron uno por uno, desde el más anciano al más joven.
Entonces, Jesús le habló a la mujer, preguntándole dónde estaban los que la habían acusado. Ella contestó que nadie había quedado para acusarla. Jesús entonces, le dijo: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. De estas palabras se deduce claramente que la mujer había pecado. ¿Por qué entonces nuestro Señor no la condenó? Solo Él “no tenía pecado”, sólo Él podía haber tirado la primera piedra. En vez de ello, le dijo que Él no la condenaba y que debía seguir su camino; pero no su vida de pecado.
¿Por qué el Señor Jesús podía hacer y decir estas cosas? ¿Por qué Jesús no obedeció la ley, arrojándole una piedra a la mujer? La razón es simple y puede resumirse en una sola palabra: gracia. El propósito de Jesús en Su primera venida, no es la condenación sino la salvación. Él vino a buscar y a salvar a los pecadores. Legítimamente podía negarse a arrojarle a una piedra a esta mujer, no porque la Ley estuviera errada, sino porque Su propósito al venir fue sufrir Él mismo la sentencia a muerte. Vino a morir por los pecados de aquella mujer y es así que Él ciertamente no le arrojaría una piedra. No estaba minimizando su pecado, o sus consecuencias; sino anticipando aquel día cuando Él cargaría el castigo por los pecados en la cruz del Calvario. Eso, amigos míos, es la gracia de Dios; la gracia que nuestro Señor vino a proveer a través de Su muerte por sustitución en el lugar que le pertenece al pecador.
La gracia es la regla de vida y también es el tema que predomina en nuestras vidas mientras vivimos aquí en este mundo sirviendo a Dios y a Su iglesia. Debemos demostrar esta gracia a los demás, de la misma manera que Dios lo ha hecho con nosotros.
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Robert L. Deffinbaughm – www.bible.org
Renovación – Año 5 – Edición 28