Los magos y los pastores: Tercer Domingo de Adviento

En el Evangelio según Mateo, en el capítulo 2, se menciona expresamente que unos magos vinieron desde oriente hasta Jerusalén. No sabemos desde dónde exactamente hicieron la travesía, porque ni siquiera el evangelista lo precisa. Tratándose del oriente y acudiendo a un mapa de la zona, podemos deducir que venían de lejos. Las pocas tierras fértiles que existen en el área de Oriente Medio están en territorio palestino y si nos vamos hacia el este (más al oriente, de donde pudieron venir los magos), tenemos un vasto desierto hasta llegar al siguiente territorio fértil y habitable entre los ríos Tigris y Éufrates que es, precisamente Babilonia (actualmente Irak), sin embargo, al haber sido hogar (forzoso, eso sí) de los judíos en la segunda deportación, unos 400 años antes, cabría la posibilidad de que hubiese sido mencionada esta nación por el evangelista, por lo que no descarto que hubiesen venido de un lugar más desconocido, quizá más al oriente (¿Persia? ¿India?).

Igualmente os cuento esto, porque es digno de mencionar que un grupo de astrólogos extranjeros se embarcaran en un viaje, que si hubiese sido desde Babilonia, habrían supuesto casi 1000 kilómetros de puro desierto (desde Persia muchos más), sólo para adorar y entregar regalos, siendo el que iba a nacer, el considerado Rey de los Judíos (Mt 2:2), es decir, un rey extranjero para ellos. He de afirmar, y esto es importante, que estos magos, no son reyes (aunque hoy día se les vista como tal), ni tampoco tuvieron que ser tres, y ni mucho menos se conocen sus nombres. Todas estas cosas, vienen dadas por la tradición. Eso sí, se cree que podrían haber tenido una buena posición económica. Hacer semejante viaje y dar esos regalos, no era nada barato. Eran magos (“magoi” en griego, sabios o astrólogos), es decir, estudiosos de las estrellas, y por lo que se saca del pasaje, vieron algo potentemente especial en esa estrella que les dirigía al occidente de sus hogares. Se embarcaron en el viaje por fe. Sabían que esa sencilla señal les iba a llevar a adorar a alguien especial.

Los otros protagonistas son mucho más sencillos, los pastores de ganado. Es Lucas quien recoge su relato en el capítulo 2:8-20.

Aunque tengamos una imagen bucólica, linda e inocente de estas personas, en realidad los pastores eran, como poco, unos marginados sociales de la época. Las leyes fariseas eran tan estrictas que los podían considerar gente inmunda al estar en contacto con la inmundicia de los animales que pastorean, por lo que era habitual que sacaran los rebaños a pastar de noche, en lugares apartados de las ciudades. Es asombroso, que fueran de los primeros testigos en recibir la buena nueva del nacimiento de Jesús, de parte de los mismísimos mensajeros celestiales. Los más humildes recibieron la noticia de primera mano y fueron en seguida a buscar al niño y a adorarle.

Los magos, guiados por la estrella, llegaron desde muy lejos también a adorar. Además, Mateo cuenta que simplemente con ver la señal que les acercaba al niño, “se regocijaron con muy grande gozo” (Mt 2:10), por lo que la expectación era enorme.

¡Qué tan especial era este niño para atraer tanto a personas tan diferentes y ajenas! No se sabe si coincidieron, pero lo que sí es cierto es que ambos: magos y pastores fueron a adorar, fueron a rendir un homenaje auténtico olvidándose,

por un momento, de quienes son y de dónde venían.

Esto demuestra que al igual que en otros tantos pasajes bíblicos, también a través de la historia de la Navidad, Dios nos enseña que no hace acepción de personas, y que deja la puerta abierta para que todos sin excepción se acerquen para adorar en libertad. No importa de dónde seas, cual sea tu trasfondo, si eres rico o pobre, sano o enfermo, tengas estudios o no, Dios te acepta tal y como eres.

Sin embargo, hay un precio a pagar y hay que estar dispuesto a renunciar a muchas cosas. Renunciar a la propia comodidad, a los complejos, los prejuicios, a la propia seguridad (los magos tenían la “sombra de Herodes” encima), al qué dirán, y sobre todo al pecado y a nuestro ego, nuestro “yo”. Todos éstos, son lastres que tenemos que aprender a soltar y depositarlos en manos de nuestro Salvador.

Si ya le conoces ¿Por qué no adorarle con libertad? ¿Por qué no sueltas tu carga y te postras delante de Él?. Si aún no le conoces ¡Todavía estás a tiempo! Él te ama sin importar quién eres. Haz como nuestros personajes: Búscale, recorre el desierto si hace falta, ignora los dedos que te puedan señalar, y póstrate arrepentido ante Él. ¡¡Es lo mejor que puedes hacer en tu vida!! Venid y adoremos en este tercer domingo de adviento.