Oyeron la palabra y creyeron

La primera persecución de la iglesia

«Mientras ellos hablaban al pueblo, vinieron sobre ellos los sacerdotes con el jefe de la guardia del Templo y los saduceos, resentidos de que enseñaran al pueblo y anunciaran en Jesús la resurrección de entre los muertos.»

Quisiéramos resaltar aquí algo que es realmente sorprendente, si no lo ha notado ya. ¿Quiénes fueron los que encabezaron la persecución contra el Señor Jesús y que por fin lograron que fuera arrestado y llevado a la cruz? Fueron las autoridades religiosas, especialmente los fariseos. Ellos fueron los enemigos de Cristo cuando Él estuvo en la tierra. Ahora, sabemos que más adelante algunos fariseos fueron salvados. Sabemos por ejemplo que Nicodemo fue salvo y también José de Arimatea, que probablemente era fariseo. Sabemos también que Saulo de Tarso era fariseo. Al parecer había muchos otros fariseos que llegaron a un conocimiento salvador del Señor Jesucristo. Después de que los fariseos hubieron acabado con el Señor Jesús, su enemistad y su rencor pasaron. Pero ahora tenemos a los saduceos quienes no creían en la resurrección y entonces fueron ellos los que se constituyeron en enemigos contra los apóstoles, que estaban proclamando la resurrección de Jesucristo.

Los saduceos de nuestros tiempos son los que niegan lo sobrenatural. Niegan la Palabra de Dios con sus labios y con sus vidas. Y es importante que veamos que, como los saduceos de aquel entonces, los saduceos de nuestro tiempo tratan de oponerse a cualquiera que predique la resurrección. Ellos permiten que se predique acerca de Jesús y que uno diga que Jesús fue una persona amable, buena y tolerante. Y si usted lo hace así, pues, no se hallará en problemas. Pero sí se encontrará con oposición si usted predica a Jesucristo como el poderoso Salvador que vino a esta tierra, denunció el pecado y murió en la cruz por los pecados de los seres humanos, y luego resucitó con gran poder. Ese es el mensaje impopular. Cuando los apóstoles lo predicaron, estos saduceos les llevaron ante el Sanedrín, supremo tribunal religioso de los judíos. Leamos los versículos 3 y 4 de este capítulo 4 de los Hechos:

«Y les echaron mano y los pusieron en la cárcel hasta el día siguiente, porque era ya tarde. Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los hombres era como cinco mil.»

Ahora, no olvidemos que todo esto ocurrió en el pórtico de Salomón, después que Pedro predicó su sermón. Si fueron salvados unos cinco mil hombres solamente, ¿cuántas mujeres y niños más creerían? Fue sin duda alguna una gran multitud de personas la que se convirtió a Cristo en aquella ocasión. Aquella, espiritualmente hablando, fue una verdadera pesca milagrosa que, por sus dimensiones, no se repetiría en toda la historia de la iglesia.

 

Siempre hemos sido reacios a criticar a Simón Pedro. No podemos menos que amarle porque, en medio de los contrastes de su carácter, amaba profundamente al Señor. Y no hay la menor duda que Dios le usó en esta ocasión de una manera grande y poderosa. Los versículos 5 y 6 de este capítulo 4 de los Hechos dicen:

«Aconteció al día siguiente, que se reunieron en Jerusalén los gobernantes, los ancianos y los escribas, y el sumo sacerdote Anás, y Caifás, Juan, Alejandro y todos los que eran de la familia de los sumos sacerdotes;»

Ahora, recordemos que la pregunta fue: ¿Con qué poder y en qué nombre habéis hecho estas cosas?