«Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: Gobernantes del pueblo y ancianos de Israel»
Ahora, fíjese usted que dice aquí que Pedro estaba lleno del Espíritu Santo. No dice que fuera bautizado con el Espíritu Santo en esta ocasión. El ya había sido bautizado con el Espíritu. Pero dice que Pedro fue lleno del Espíritu Santo, lo cual le capacitó para anunciar el Evangelio por medio de la predicación. Y a usted y a mi, estimado oyente, nos hace falta también la plenitud del Espíritu Santo. Esto es algo que debiéramos buscar; es algo que debiéramos anhelar. Ellos habían tenido que quedarse y esperar el día de Pentecostés, día en que todos fueron bautizados en un cuerpo. En ese día sí fueron bautizados en el cuerpo que es la iglesia de Cristo. Si usted viene a Jesucristo hoy, estimado oyente, será bautizado con el Espíritu Santo y colocado en el cuerpo de creyentes, en el mismo momento en que usted es regenerado. Continuemos leyendo los versículos 9 y 10:
«Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera éste ha sido sanado, sea notorio a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano.»
Ahora, notemos que hasta este momento, cada vez que Pedro abría su boca, cometía errores. Pero, esta vez, Pedro, como diría Pablo en su carta a los Efesios, tenía sus pies calzados con el celo por anunciar el evangelio de la paz. Estaba lleno del Espíritu Santo, es decir, controlado por el Espíritu Santo, y dijo exactamente lo que debía decir. Observemos su aguda observación, haciendo notar que estaban siendo interrogados por el bien hecho a un enfermo, para saber de qué manera había sido sanado. Continuemos leyendo el versículo 11:
«Este Jesús es la piedra rechazada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo.»
Pedro destacó dos cosas en cuanto al Señor Jesús. La primera, que fue crucificado y que resucitó de los muertos. Y la segunda, que Jesucristo era la piedra, la roca. En Mateo 16:18, vemos que Jesús había dicho: «. . . sobre esta roca edificaré mi iglesia». Ahora, ¿Quién era la roca? La Roca era Cristo mismo. Observemos que Pedro dijo: «Este Jesús es la piedra». ¿Cuál era la piedra? ¿Era la Iglesia, o era Simón Pedro? No. Era el Señor Jesucristo. Como Pedro mismo diría en su primera carta 2:7, Jesús, la piedra que los constructores despreciaron, se ha convertido en la piedra principal del edificio. Esto ha sido logrado por medio de la resurrección. Es evidente que la resurrección es el hecho central en la predicación del evangelio. Y Pedro añadió en el versículo 12: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.”
Y después de explicar la fuente del poder, como vemos en este versículo, Pedro se refirió al nombre. Es decir que Pedro recordó el nacimiento de Jesús las instrucciones del ángel, en Mateo 1: 21, cuando el ángel habló con José y le dijo: «Y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.”
“Entonces los llamaron y les ordenaron que en ninguna manera hablaran ni enseñaran en el nombre de Jesús.»