El poder del Espíritu Santo
Pedro y Juan habían sido puestos en libertad, habían regresado a la Iglesia y dieron su informe. Tenemos aquí una descripción de una gran reunión de la Iglesia primitiva. Y creemos la condición espiritual de la iglesia nunca ha estado después en un nivel tan alto como éste que aquí observamos. Hallamos la clave de esto en su oración. No fue simplemente una oración cualquiera. Fue un himno de alabanza en el cual dijeron «Soberano Señor, tú eres el Creador». Tememos que algunos que en la actualidad profesan ser cristianos, no estén tan seguros como para poder afirmar lo mismo que con absoluta convicción proclamaron aquellos antiguos cristianos; de que el Señor es Dios y Creador. ¿Estimado oyente, el Señor es Dios; ¿está usted seguro de que el Señor Jesús es Dios? Es que se trata de un asunto muy importante.
Esta falta de seguridad caracteriza hoy a muchos que pretenden aceptar una especie de cristianismo «a la carta». Se trata de no desentonar con el ambiente general, que acepta un cristianismo «light», libre de todo compromiso con la fe Bíblica, que tolera e incluso promueve una actitud de duda permanente ante las afirmaciones de las Sagradas Escrituras y rechaza, de manera especial, todos los elementos sobrenaturales del relato Bíblico, tanto del Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento. Se ponen en duda eventos relacionados con la vida y milagros de Jesús, Su muerte y su Resurrección de los muertos. De la misma manera se niega la acción del Espíritu Santo en el mundo actual, su obra de llevar a las personas a una convicción de su pecado y rebelión contra Dios, y de transformar a las personas que creen en el Señor Jesucristo como su Salvador en nuevas personas, por medio de un nuevo nacimiento espiritual. Parece como si algunos sectores llamados cristianos se estuviesen desmoronando, por la pérdida de convicciones firmes y, en consecuencia, han perdido el poder divino que caracterizó a la iglesia del primer siglo y, en consecuencia, han perdido también su impacto en la sociedad. Se piensa más en métodos para atraer a la gente, que en movilizar a los cristianos para que proclamen el mensaje de las buenas noticias, el mensaje de la resurrección y la victoria de Jesucristo sobre las fuerzas del mal. Sería trágico que algunos estuvieran más interesados en constituir clubes religiosos que en aceptar las consecuencias que el sacrificio de Jesucristo en la cruz y su triunfo sobre la muerte tienen para los seres humanos de nuestro tiempo.
Ante toda incertidumbre y falta de definición por parte de muchos, resulta inspirador contemplar a aquel intrépido grupo que, acosado por sus adversarios, sin ningún apoyo por parte de los poderes públicos, y con escasos recursos materiales y humanos, se dirigió a Dios en oración, ensalzando y honrando Su nombre. Y cuando un grupo de cristianos se expresa con esta sencilla confianza en Dios, Él escucha estas oraciones, Él manifiesta Su presencia, Él actúa con poder y ese poder se hace evidente de tal manera que supera todas las expectativas. Y entonces, nadie puede atribuir los resultados a las circunstancias humanas, ni a la retórica de ningún ser humano en especial. Estas son las oraciones expresadas para que las escuche Dios, y no para impresionar a los oyentes. Claro que aquellos hombres y mujeres creían que Jesucristo era Dios, y conocían las tremendas implicaciones de permitir que el Espíritu Santo de Dios actuase entre ellos y por medio de ellos.