Efesios 4:14-24
Un niño nunca podría estar pilotando una nave, porque se dejaría llevar por el viento o las corrientes, llevado de un lado a otro, sin un rumbo fijo y perdido en la enorme expansión del mar. Es una imagen desoladora del posible destino de la vida de un hijo de Dios.
La figura retórica cambió otra vez con la frase por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error. En esta expresión los niños son vistos como en un antro de juegos donde se encuentran truhanes que los quieren envolver con todo sistema de error y engaño.
El propósito de Cristo de dar a la iglesia personas con diferentes dones es el de desarrollar a los creyentes desde la niñez hasta que alcancen una madurez completa. Para ilustrarlo, diríamos que los maestros tienen que ser como pediatras. Otro especialista médico es el tocólogo, que se ocupa de atender a la madre que va a dar a luz a un niño. A veces se tiene que levantar en medio de la noche para asistir en el parto de un bebé. Pero una vez que ese niño nació, ha terminado su tarea. A partir de ese momento, el niño pasa a manos del otro especialista, el pediatra, quien se asegura de que el niño tenga todo lo necesario para su crecimiento normal. Y podemos decir que nosotros podríamos compararnos a los pediatras en nuestro ministerio de enseñanza. Nuestra tarea es encargarnos de alimentar al recién nacido espiritualmente, es decir, alimentarle con la Palabra de Dios para que pueda crecer espiritualmente. Continuemos leyendo Efes.4:15 y 16:
«Sino que, siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.»
Los creyentes no tienen que permanecer en la infancia espiritual sino que deben llegar a un punto en que sigan la verdad en amor. O sea, que debe amar la verdad, vivirla y hablar de ella. Cristo es la verdad y el creyente debe navegar en su pequeño barco de la vida con Cristo como su brújula, y ésta siempre debe señalar hacia Cristo, que es también como su polo magnético.
Y continuó diciendo el apóstol crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es Cristo. El cuerpo de los creyentes es comparado al cuerpo humano, al cuerpo físico, y es llamado el cuerpo de Cristo.
El cuerpo no sólo recibe órdenes de la cabeza, que es Cristo, sino también alimento espiritual. Esto produce una armonía en la que cada miembro está funcionando en su lugar, a medida que recibe el suministro espiritual procedente de la cabeza. También el cuerpo tiene una dinámica interna por la cual se renueva a sí mismo. De la misma manera, el cuerpo espiritual debe renovarse a sí mismo en amor.
La prohibición del nuevo hombre
«Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros no judíos, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento oscurecido, alejados de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón. Éstos, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron al libertinaje para cometer con avidez toda clase de impureza.» Efes.4:17-19.
Hasta ahora hemos considerado la exhibición del hombre nuevo y la inhibición del hombre viejo. Y ahora hemos llegado a la prohibición del hombre nuevo. Éste es el lado negativo en la vida del creyente, y es importante que lo veamos. No creemos que se le pueda dar demasiado énfasis a este aspecto. La relajación moral más extrema de nuestro tiempo no es más que una repetición de los viejos pecados de siempre. Los creyentes tienen libertad en Cristo, lo cual no implica una licencia para pecar.
Las prohibiciones de Dios para el hombre nuevo constituyen la parte negativa de Su Palabra. Ya hemos tenido demasiado, en otros tiempos, del poder del pensamiento positivo.