Autorizados para ser llamados hijos de Dios

Juan 1: 12 y 13

1:12 Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios;

1:13 los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.

El que seamos llamados hijos de Dios es una iniciativa divina. Es Dios quien nos da la autoridad de ser llamados hijos de Dios.

Al menos que Dios obre primero en nuestros corazones, vamos a preferir la oscuridad. En otras palabras, cuando no hay intervención divina, si el hombre es dejado solo para escoger entre el pecado y la santidad, el hombre siempre va a escoger el pecado.  Solo cuando Dios habla directamente al corazón del hombre, recién allí, él va a escoger santidad.  Y esto en si ya es un milagro.

Tiene que intervenir Dios en nuestros corazones para que podamos ser salvos.  Todavía tenemos libre albedrío, pero Dios nos escoge primero.  Todavía podemos rechazar a Dios, pero Él todavía nos da a escoger.

Esta reflexión nos va a ayudar a introducir los temas que tocan los versículos 12 y 13, donde dice primero que los que creen en su nombre (es decir en su Ser, en su Persona y en todo lo que Cristo representa), se les dio la autoridad de ser llamados hijos de Dios.  Notemos aquí una relación causa-efecto.  La causa es “creer” en el Hijo, el efecto es ser “hijo” de Dios Padre.

Como mencioné anteriormente, uno no puede ser hijo de Dios solo por virtud de su nacimiento como los judíos creían (por ser parte del pueblo escogido de Dios) o como muchos “cristianos” creen hoy en día (sobre todo aquellos que bautizan a sus hijos cuando son bebés).  Es necesario “creer” (Juan 3:16), lo cual implica no solo una aceptación de hechos históricos o teológicos (cf. Santiago 2:19), sino incluye más bien un cambio de mentalidad tan fuerte e inminente que se muestra en un cambio de comportamiento externo como un cambio de mentalidad interna.

Ahora, les voy a hacer otra pregunta a ustedes, una que creo que puede ser más profunda aún. ¿Qué quiere decir con esto, que los hijos de Dios no son “engendrados de sangre, carne, ni de voluntad de varón”?

La respuesta está bastante relacionada con el versículo anterior; es decir, clarifica lo que el versículo 12 estaba enseñando sobre quienes son realmente los “hijos de Dios”.  Por allí uno puede decir que nació de una familia cristiana, de una familia muy piadosa, de buenas obras, y reconocida en su pueblo, pero esto no significa nada para Dios con respecto a la salvación eterna.

El nuevo nacimiento viene como consecuencia de una acción iniciada por el Padre celestial (Juan 3:27; 6:44), no porque nuestros padres biológicos así lo desearon.

El hombre dejado por sí mismo, nunca va a poder, o nunca va a tener la capacidad de escoger libremente, de hacer el bien: Las tentaciones del diablo (2 Timoteo 2:26), la influencia de la sociedad (1 Juan 2:15-16) y sobre todo la naturaleza carnal (Santiago 1:13-16) van a ser demasiado para que el hombre por si solo pueda escoger santidad.

Dios tiene que actuar primero en el corazón del hombre (ver también Juan 6:65), y cuando lo hace, allí recién el hombre va a tener la verdadera oportunidad de escoger entre el bien y el mal, allí recién el hombre va a tener libre albedrío: Va a tener una oportunidad justa como para aceptar o no a Jesús (Génesis 2:16-17; Marcos 8:34; Juan 7:17; Apocalipsis 3:20).  Dios es bueno, y quiere que todos los hombres se salven; pero, aun así, Dios también es justo, y eso significa que Él también les da la libertad de escoger su propio destino (Juan 7:17; 1 Timoteo 2:4; 1 Pedro 2:16). La Biblia no enseña la salvación universal. Es necesario creer en Cristo y ser lavados con su sangre.