Dimensiones del discipulado

El discipulado se basa en la premisa de que el desarrollo del carácter es más importante que el perfeccionamiento de habilidades. Usted debe ser la persona de Dios, antes de que pueda hacer el trabajo de Dios. El discipulado implica vidas cambiadas, transformadas. El énfasis principal de Jesús en el Sermón del Monte, y en muchas de sus otras enseñanzas, fue la rectitud de carácter, que es interior, y que es la que se manifiesta en la conducta externa. Tiene que ver con la humildad, el perdón y la mansedumbre. También la formación del carácter  está vinculado al fruto del Espíritu, no a los dones del Espíritu. Debemos diferenciar entre frutos y dones. Los frutos son cualidades, los dones capacidades.

2ª.- LA REPRODUCCIÓN DEL DISCÍPULO

El discipulador enseña a su alumno a que sepa reproducirse, le enseña a cumplir la Gran Comisión. El discipulado implica vidas cambiadas y vidas fructíferas, con frutos permanentes de reproducción. La evidencia de la madurez espiritual está en la capacidad en podernos reproducir. Un discípulo maduro debe enseñar a otros creyentes como vivir una vida agradable a Dios y debe equiparlos para adiestrar a otros, para que éstos, a su vez, enseñen a otros. Es una cadena reproductiva, una transmisión de vida a vida, de ejemplo a ejemplo. A continuación se tratan detalladamente cada uno de ambos propósitos.

EL CARÁCTER

Dios demanda que seamos discípulos de Cristo antes de que pueda usarnos para hacer su obra. La evidencia irrefutable para discernir a un verdadero discípulo… es la presencia de un carácter como el de Cristo. Si el carácter de Cristo está ausente, su “yo” no ha muerto y usted no es apto para reproducir. Es difícil aceptar que nuestro carácter es más importante que nuestras habilidades. De hecho, no sucede así en la sociedad.  No obstante, para Dios lo prioritario y lo más importante es tratar con nuestro carácter.

Dios no necesita personas de gran ingenio o de grandes habilidades. Necesita personas que se entreguen a Él para ser transformadas a la imagen de su Hijo, nuestro modelo. No podemos colocar nuestro activismo y nuestros talentos por encima de la integridad personal. Sólo después de ser semejantes a Cristo, podremos hacer bien el trabajo de Cristo.

El carácter cristiano se forja mediante  la intervención del Espíritu Santo de Dios, que nos da de su gracia. Pero para ello es necesario, no sólo nuestro consentimiento, sino también ejercitar nuestra voluntad. Lo que Dios haga en mí va depender de mi sometimiento a su Señorío (o soberanía). Dios va a obrar hasta donde tu les deje llegar. Esto se logra mediante la obediencia y muerte a nuestro “yo”. Esta son dos verdades complementarias, dos caras de la misma moneda. El llamado de Cristo apela a nuestra obediencia. Y Cristo, por su Espíritu, nos ayuda a morir a nuestro “yo”, para que Él pueda comenzar a forjar su carácter en nosotros. Tal y como dijo Juan el Bautista, “Es necesario que Él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30)