La Comisión de Educación Cristiana de nuestra iglesia acordó enfatizar en los Principios Bautistas, el tercer domingo de cada mes, comenzando con marzo. Por eso, vamos a meditar en el primero por su importancia: El Señorío de Jesucristo.
Hoy por hoy, el hijo de Dios utiliza un vocabulario “cristiano” sin entender o comprender el significado de las palabras y desconoce que la base de su vida espiritual radica en la plena conciencia y comprensión de esas palabras. Una palabra tan importante como “Señor” se ha transformado en un adjetivo o término que carece de reconocimiento y valor. ¿Qué es “ser un Señor”?
Llamamos a Jesús “Señor”, exaltamos su nombre, pero ¿qué estamos diciendo? La palabra “señor” aparece más de 1,400 veces en las escrituras y es de suma importancia para la vida espiritual del hijo de Dios.
Si buscamos en un diccionario actual aparece lo siguiente: DRAE: “Señor; (Del lat. senĭor). adj. Que es dueño de algo; que tiene dominio y propiedad en ello. || 2. Noble, decoroso y propio de señor” […]
Sin embargo, es un grave error si llamamos “señor” a Jesús en un término de cortesía. “Señor” en tiempos de la Iglesia primitiva era el título que se les otorgaba a los hombres poseedores de estados y lugares teniendo sobre ellos pleno dominio y jurisdicción. También tenían autoridad y jerarquía, distinguidos entre las altas sociedades tenían esclavos y sirvientes a los cuales podían castigar hasta con pena de muerte. Cada señor tenía un “señorío” en representación de todo aquello que dominaba.
Sobre este mundo, sobre el sistema, usando el mismo lenguaje, Jesucristo enseñó por medio de Pablo al único soberano sobre todas las cosas visibles e invisibles. (Filip 2:11). El vocablo “señor” proviene del vocablo griego “kurios” (se pronuncia “kirios o kurios”), en Filipenses 2:11 Pablo dice: “y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”. El significado y valor de “κυριος” es muy amplio y muy rico, tanto que el vocablo “señor” que usamos comúnmente no alcanza para describir la amplitud del verdadero título.
Para facilitar la comprensión real y asimilar el concepto describiremos a “kurios” como la suma de: Jefe: (Dirigente “Superior” de un cuerpo formado); Dueño: (Que tiene posesiones sobre cosas y personas); Amo: (Que tiene dominio sobre personas y cosas)
De modo que cuando alguno confiesa que “Jesucristo es mi Señor”, está indicando que Jesús es su Jefe, su dueño, su amo, su propietario tanto de él como de todas las cosas que tiene, esta confesión indica que Jesús es su soberano, el dueño absoluto de su vida. “22 Porque el que en el Señor fue llamado siendo esclavo, liberto es del Señor; asimismo el que fue llamado siendo libre, esclavo es de Cristo. 23 Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres”. (1 Cor. 7:22-23)
El hombre del mundo es un esclavo, y aunque lo niegue él siempre será un esclavo, nació dentro de un reino, dentro de un sistema, convive, trabaja, paga sus impuestos, tiene una existencia determinada, se le otorga un estilo de vida. El hombre común tiene un señor, depende de alguien o de algo, este señor es el mismo sistema, el mundo que tiene mil caras, mil formas malignas.
Jesucristo también es un Señor (por encima de todos) y tiene un Reino que está en el mundo pero que no es del mundo. Y como todo Señor, tiene la capacidad de comercializar y comprar cosas y comprar vidas también. Él nos compró para su reino. Así que el mundo no tiene potestad sobre nosotros (1 Juan 5:18), el sistema ya no es nuestro señor; nuestro Señor es Jesucristo y pertenecemos a su reino. Y por ser esclavos de Jesucristo debemos obedecer y comportarnos como siervos, esperando siempre su aprobación en todas las cosas. El título “SEÑOR” en Cristo Jesús le otorga la máxima autoridad. Él es el amo y todos los demás son “esclavos”, siervos que están a su servicio, a su disposición.
La realidad del evangelio en Hechos 2:36 es: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo”.