El gemido de dolor elocuente del profeta Miqueas

El énfasis de este mes es Miqueas 7:7; por eso vamos a ampliar el estudio de los primeros nueve versículos de este capítulo, encontramos al profeta confesando que Dios tenía razón en su queja contra Israel. La acusación de Dios conmovió el corazón del profeta. Él no era una persona insensible, sino todo lo contrario, había tristeza en su espíritu. Miqueas comenzó el capítulo 7 diciendo: «¡Ay de mí!» Es decir, en esta primera sección, él expresó su tristeza y sufrimiento en un gemido de dolor elocuente.

Miqueas habló de manera directa, sincera, clara en cuanto a los problemas y las dificultades reales que tenían estas personas, que era el pecado. Fue una declaración hermosa la que él había hecho en el capítulo 6, versículo 8, en cuanto a solamente hacer justicia y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios. Este pueblo no estaba interesado en ponerlo en práctica; es más, descubrieron que no podían cumplir con estos tres pedidos de Dios, como ya hemos visto anteriormente. El apóstol Pedro expuso en su discurso, en el concilio de Jerusalén, relatado en el libro de los Hechos de los Apóstoles, capítulo 15:10: «¿Por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar?» Sin embargo, hay muchas personas que asisten a una iglesia pensando que serán salvos por sus propios méritos al hacer buenas obras, y que actuar así los hace aceptables para estar en la presencia de Dios. Usted y yo tenemos en el presente la posibilidad de estudiar la Biblia y así conocer a Dios. Y es por estudiar la Palabra de Dios que sabemos y afirmamos que somos salvados únicamente por la Obra y la Gracia de Dios.

El profeta Miqueas señaló valientemente los pecados del pueblo de Dios. Ellos ejercían el mal como un estilo de vida, y por la avaricia y la codicia que había en esa sociedad. Aun los mejores hombres del pueblo estaban infectados por un afán desmedido por las cosas materiales. No se podía depender ni confiar en nadie.

En el capítulo 7 y versículo 5, leemos: «No creáis en amigo, ni confiéis en príncipe; de la que duerme a tu lado cuídate, no abras tu boca.» Este versículo nos revela la terrible condición que existía en aquellos días. Creemos que todas las así llamadas civilizaciones a lo largo de la historia del mundo han pasado por épocas en que la moralidad y la ética eran conceptos relativos.

En el mundo existe la maldad, el afán por el lucro sin medida ni escrúpulos, a costa del dolor y el sufrimiento de muchos. El Señor Jesucristo dijo en el evangelio según San Mateo 10:34: «No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada». Así que, mientras exista el mal en este mundo, habrá un conflicto y una guerra entre aquello que es de la carne y lo que es del Espíritu. Entre la luz y las tinieblas. Entre el bien y el mal. Si nos levantamos temprano en la mañana, podemos contemplar en el amanecer, la lucha entre la oscuridad de la noche y la luz de un nuevo día. Podemos apreciar cómo triunfa el sol sobre las tinieblas nocturnas, y como éstas se desvanecen; lo mismo ocurre al atardecer, a la puesta del sol, momentos en que triunfa la oscuridad sobre la luz. Este es un buen ejemplo para describir la lucha espiritual que existe en el mundo también en la actualidad. El Señor Jesucristo anunció: «Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa». (Mateo 10:35 y 36).

Vivimos en la actualidad situaciones semejantes. Parecería como si la palabra de un hombre no tiene el valor de lo más sagrado, como lo tenía antes. Casi no se puede creer en todo lo que se lee, se escucha o se observa en los medios de comunicación o en las redes sociales: la falsedad sobre la verdad.