La palabra de Dios escrita es para siempre

El texto bíblico seleccionado para este mes de septiembre nos expresa que el profeta Isaías debía escribir la profecía contra los pecados de Judá e Israel, para que la palabra de Dios revelada al profeta quedara plasmada eternamente y para siempre (Isaías 30:8). Este énfasis coincide con la preservación de la Palabra de Dios, tanto en los textos originales como en nuestro propio idioma. Sabemos que Moisés es el autor de los primeros cinco libros de nuestra Biblia, o Pentateuco. Estos libros fueron reconocidos por los hebreos y por el mismo Señor Jesucristo, cuando refiere la historia del rico y Lázaro, el Señor cita: “Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos” (Lucas 16:29). Estos textos eran los más citados en el tiempo de Jesús.

Así como Dios ordenó al profeta Isaías que escribiera la profecía contra Judá e Israel, para que se preservara  para siempre, así los textos antiguos han sido preservados, gracias a la dedicación de hombres sabios, entregados al servicio de Dios. El Codex Sinaiticus, del año 350 d. C, contiene la totalidad de los textos de la Biblia, incluída la primera versión del Nuevo Testamento y el Testamento Antiguo Griego, conocido como la Septuaginta. Este texto se conoce como Codex Sinaíticus, porque durante varios siglos permaneció en el Monasterio de Santa Catalina, en el Monte Sinaí. En el siglo diecinueve el manuscrito en griego se dividió, por lo que hoy los textos del Antiguo y Nuevo Testamento se encuentran repartidos entre ese monasterio y otras bibliotecas famosas, como la Biblioteca Británica, la Biblioteca de la Universidad de Leipzig en Alemania y la Biblioteca Nacional de Rusia en San Petersburgo.

Para su preservación, el manuscrito de la Biblia más antigua del mundo será digitalizado por un grupo de expertos, para que posteriormente la Biblioteca Británica la publique en Internet. De hecho, un grupo de expertos británicos, egipcios y rusos ya se encuentran digitalizando cada una de las páginas del Códice Sinaítico. Este hecho lo consideramos como parte del plan de Dios para su pueblo.

Los expertos en textos antiguos nos refieren que los textos originales se escribieron en su gran mayoría sobre papiro, un material que se deteriora fácilmente con la humedad y con el uso. Pero, en el caso de la Biblia, desde sus orígenes se fueron haciendo copias, de forma que su contenido se ha transmitido hasta nosotros con gran fiabilidad. Prueba de ello es que en Qumrán se han encontrado intactas copias parciales de todos los libros de la Biblia hebrea y dos copias casi completas del libro de Isaías. Estas copias que fueron realizadas en el siglo primero, coinciden con los textos que han llegado hasta nosotros y que han servido de base a los traductores de la Biblia.

De hecho, el Nuevo Testamento es el libro antiguo mejor atestiguado y contrastado desde el punto de vista textual en toda la historia de la humanidad. En estos momentos se conservan más de cinco mil ejemplares manuscritos en griego. De ninguna otra obra literaria de la antigüedad se conservan tantas copias manuscritas y tan cercanas a los originales. En el caso de los grandes clásicos más utilizados en la antigüedad, el número de copias que se conserva apenas pasan de una decena, y son muy posteriores a los originales, que como dijimos en ningún caso se conservan.

El códice antiguo de mayor importancia es el Texto Masorético, escrito en hebreo. Los libros sagrados eran para los judíos un registro y códice inspirado, un medio destinado por Dios para conservar la unidad política y religiosa, y fidelidad a la nación. Era imperativo para ellos mantener dichos libros intactos. Por eso, los copistas eran expertos que cumplían el plan de Dios para la preservación de su palabra hasta nosotros.