El domingo pasado leíamos que en el salmo 31 David busca refugio en Dios, porque es su roca y castillo de su refugio. También leíamos la comparación de esta experiencia de David con la del reformador Martín Lutero, cuando compuso su himno: “Castillo fuerte es nuestro Dios”.
En el versículo dos, el salmista exclama: “Sé tú mi roca fuerte, y fortaleza para salvarme”. David emplea la figura de “roca fuerte” y “fortaleza”; ambas realidades representan la firmeza de nuestra fe cristiana. El Señor Jesús solía hablar en parábolas para afirmar sus enseñanzas. Por eso, en una ocasión comparó la construcción de una casa sobre la roca y otra, sobre la arena:
“Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca” (Mateo 7:24-25). Una buena construcción se basa en cimientos sólidos; y la base de mayor solidez es la roca. Por tanto, la persona que basa su fe en los ídolos materiales o políticos, no posee el fundamento firme para su vida espiritual. Por eso, David afirma que busca su refugio en Dios, porque lo considera su roca, su fortaleza y su refugio. David era rey, pero él no habla con Dios como tal, sino como un pecador que está en aflicción, en angustias, perseguido y odiado; por eso busca su refugio en Dios y no como los reinos de Judá e Israel que buscaron alianzas con el poderío egipcio, en vez de refugiarse en Dios.
Volvamos ahora a la parábola de Jesús en Mateo 7:26-27, en donde el hombre fatuo o insensato edificó su casa sobre la arena: “Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; 27 y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina”. Las malas construcciones modernas, con mala ingeniería, son el mejor ejemplo a la hora de un huracán o un temblor fuerte.
En otra ocasión, Jesús dijo otra parábola muy semejante a la anterior: la de un sembrador, y dijo: “El sembrador salió a sembrar”; pero en su primera tarea no tuvo éxito, porque una parte “cayó junto al camino, y vinieron las aves del cielo y la comieron. 5 Otra parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra; y brotó pronto, pero no tenía profundidad de tierra”. Por esa razón se secó, porque no tenía raíz que alimentara a la planta con la savia. La otra parte cayó entre espinas y la ahogaron.
Afortunadamente para el sembrador, “otra parte cayó en buena tierra, y dio fruto, pues brotó y creció, y produjo a treinta, a sesenta, y a ciento por uno”. Hay algunas personas que vienen a la iglesia, pero después de escuchar la palabra del Señor salen vacías, porque tal vez su mente estaba ausente y escuchaba “como oír llover”; o quizás escuchó bien, pero los afanes de este mundo hicieron que flaqueara y la palabra de Dios no encontró entrada ni en su mente ni en su corazón.Por lo tanto, para recibir la salvación que Cristo ofrece hay que escuchar, sentirse pecador y buscar refugio como lo hizo el rey David, cuando dijo: “Inclina a mí tu oído; líbrame pronto;
Sé tú mi roca fuerte, y fortaleza para salvarme”. Dios siempre está dispuesto a escuchar nuestras súplicas, siempre que primero nos humillemos. David no clamó a Dios como rey, sino como pecador. Y terminó confiado: “En tu mano encomiendo mi espíritu; Tú me has redimido, oh Jehová, Dios de verdad”. Fundamentemos nuestra fe sobre la roca en la que Cristo edificó su iglesia.