El contenido de esta reflexión sobre la Reforma Española está tomado de “Protestante digital.com” y ha sido editado con especial selección para ‘Renovación’, de nuestra Iglesia Bautista Filadelfia, en ocasión de conmemorarse 501 años de la Reforma Protestante iniciada por el monje agustino, Martín Lutero, en Alemania, en 1517.
La Reforma española (1512) fue anterior a la luterana de Alemania al menos en cinco años y que se hubiese extendido por toda España en pocos meses, si no hubiesen existido los Autos de Fe de Valladolid y Sevilla. Esto no es ninguna exageración. Así lo afirmaba el inquisidor General asturiano Fernando de Valdés y el historiador católico Gonzalo Illescas que ya ven en las “herejías del maestro Juan de Oria y los alumbrados de Guadalajara y Toledo la “simiente” de estas herejías luteranas”. La Reforma española supuso el mayor avivamiento de todos los tiempos en la vida espiritual de España.
Se dice que el Monasterio de San Isidoro del Campo, Sevilla, fue uno de los principales focos de la Reforma Protestante en España. También se dice que esta reforma tuvo lo que no tenían otras naciones: la sociedad de los conversos judíos conocedores de las Escrituras Sagradas, de alumbrados, erasmistas y la revolución social y política de los Comuneros, que fueron la espada de Damocles reformadora. Es necesario aclarar que, si la Reforma alemana y suiza fue larga y lenta, la Reforma en España eclosionó en muy pocos años hacia proposiciones claramente “heréticas” radicales o luteranas o calvinistas al margen de que los inquisidores, sus intérpretes y perseguidores, difuminasen la herejía y la fraccionasen convenientemente durante los primeros cuarenta años del siglo.
En estos primeros años del siglo XVI se presentía y se reconocía la “herejía” pero no se quería hacer visible, disfrazándola de expresiones tales como “palabras malsonantes”, “escandalosas” “sabor a herejía” y en los casos más evidentes se declaraba como “herejía luterana” a partir del Edicto de 1525. En las primeras décadas del siglo XVI también en España aparece un grupo de personas sensibles a la espiritualidad del momento que se encaminan por la vía del “evangelismo”, tales como Juan de Valdés, Juan de Ávila, Bartolomé de Carranza o Constantino Ponce de la Fuente, por citar los más representativos. Sin embargo, en el caso de Valdés dice José C. Nieto: “el valdesianismo no es un movimiento “católico” o “católico romano” de reforma en el seno de la Iglesia, sino un intento de fundar y edificar una “iglesia cristiana” independiente del Papa y de la tradición católico romana apoyada en normas y escatologías, con la doctrina de la justificación por la fe como único fundamento (ex fide sola). Solamente este principio asienta a la “iglesia cristiana” sobre su auténtica base, es decir sobre el propio Cristo”.
Afirmar que el valdesianismo era un “evangelismo católico romano”, como algunos historiadores se han atrevido a decir, es absolutamente incorrecto”. Cuando los estudiosos definen una larga serie de espiritualidades y especialmente recurren y ensalzan la mística española ubicada en este siglo, creemos que cometen un típico y reiterado desacierto ya que, la mística como tal, adquiere su auge a partir del siglo XVII. ¿Es que acaso fue místico fray Luis de León, cuando casi toda su obra es bíblica, filológica y exegética? Por ejemplo: De los nombres de Christo, Exposición del Libro de Job, In Psalmum vigesimum sextum explanatio, y el Cantar de los cantares…
El siglo XVI es por tanto el siglo de la espiritualidad evangélica, la vuelta a los textos del Antiguo y Nuevo Testamento y a una adoración en espíritu, interior y no externa. El católico Melquíades Andrés Martín dice: “La espiritualidad española ha sido presentada con mucha frecuencia desde los alumbrados, Erasmo, los protestantes y la Inquisición. Esas corrientes forman parte de su realidad, pero no son el todo ni lo más importante. Frente a la espiritualidad de Erasmo, basada en poca oración, mucho estudio y abundante critica, la reforma española acentúa la oración y el amor, y proclama que tanto tienes de amor cuanto de oración.