El don perfecto que viene del Padre

Esta reflexión retoma el estudio de nuestro texto base para este mes, en Santiago 1:17. Por tanto, debemos comenzar con la esencia de esta carta dirigida a los judíos piadosos o convertidos al cristianismo. Santiago es una epístola muy diferente a las que escribió el apóstol Pablo a los gentiles, porque Pablo fue el apóstol de los gentiles.

Entonces, comencemos con el nombre «Santiago», que es la forma griega del nombre hebreo común: Jacobo y de las formas latinas: Jaime, Iacobus y Tiago. Entonces se forma Sanctus Tiago: Santi+Ago Él era conocido tanto por cristianos como por judíos, en Jerusalén como «Santiago el Justo”. Se convirtió en el líder respetado de la Iglesia de Jerusalén (ver Hechos 15:13-21; Gálatas 2:9). Algunas de las evidencias tradicionales indican que esto sucedió gracias a que era el hermano de Jesús.

El punto de vista tradicional es que la epístola fue escrita por Santiago el justo, hermano de Jesús, desde su posición de guía en la iglesia de Jerusalén (Gálatas 1:19). En cuanto a la fecha de composición de la epístola, lo más seguro es que fue cerca de los años 55 o 56, fecha de su encuentro con el apóstol Pablo en Jerusalén. Su muerte ocurrió en el año 62 d. C., así que tuvo que haberla escrito antes de esta fecha.

La epístola comienza con un nombre muy humilde: “Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo a las doce tribus que están en la dispersión: Salud”. Según los estudiosos de la Biblia, la carta está dirigida a judíos piadosos o convertidos al cristianismo, a diferencia de las cartas de Pablo que están dirigidas a creyente gentiles.

En Santiago 1:17 leemos que toda dádiva y todo don perfecto, viene del Padre de las luces. Sin duda, es una referencia a Dios como el creador del universo.

Por eso, Santiago afirma que todo lo bueno que tenemos proviene de lo alto, de Dios, de nuestro Padre celestial que nos quiere bendecir. Podemos cerrar los ojos y pensar por un momento en todo lo que hemos recibido mientras estamos en esta vida. Pensemos en la salud, en el cuerpo y cada uno de nuestros sentidos, los ojos, los oídos, el sentido del gusto, los brazos, las piernas para trasladarnos de un lugar a otro, los talentos y habilidades, nuestro cónyuge, la familia, amigos, hogar, trabajo, el alimento y el vestido, la naturaleza, el tiempo, todo, todos son regalos que Dios nos da para disfrutarlos, cuidarlos, aprovecharlos y agradecer por ellos.

No menospreciemos nada de lo que Dios nos ha dado; al contrario, recibámoslos con gusto y con un corazón agradecido. A Dios le agrada cuando reconocemos que todo proviene de Él, y que estamos agradecidos.

No seamos como el Pueblo de Israel, que Dios los sacó de la tierra de Egipto para llevarlos a la tierra que mana leche y miel, y en el trayecto no hicieron más que quejarse y quejarse. Dios fue muy paciente con ellos, pero los hizo dar muchas vueltas en el mismo lugar hasta que la generación malagradecida murió, y hasta que la nueva generación aprendiera a ser agradecida por todo.

Pensemos en cada cosa de la cual nos quejamos, y cambiemos esa mala actitud por un “¡gracias Señor!” Y nos daremos cuenta, que cada cosa que Dios nos ha dado es una bendición que nos permitirá madurar en la relación con Él.

La Biblia dice que todo fue hecho por el Señor Jesús y para él. De Dios es toda la Tierra y su plenitud y todo lo que en ella hay (Salmo 24:1), y el Señor lo da a quien le place. Absolutamente todo le pertenece a Dios. Él decide cómo y a quien lo da, no somos más que simples administradores de sus bienes. Pero eso sí, Dios espera que seamos mayordomos responsables y no destructores de esos bienes recibidos de él.