Jesús, nuestro sumo sacerdote eterno

El texto base para las reflexiones de este mes de julio es Hebreos 7:25, en el cual el escritor instruye a los desalentados cristianos de su época sobre el sacerdocio de Jesucristo, que como tal, puede salvar perpetuamente porque vive para siempre para interceder por ellos.

Pero para entender mejor el mensaje del libro de los Hebreos, es necesario estudiar los antecedentes. De los libros del Nuevo Testamento, este libro tiene la particularidad de que los estudiosos de la Biblia no se han puesto de acuerdo quién es el autor; sin embargo, esto no impide que sea considerado como perteneciente al canon sagrado e inspirado por Dios.

El autor comienza hablando de la revelación de Dios a través de la historia, cómo Dios se ha manifestado a los humanos a través de los ángeles y por medio de los profetas, pero la más alta revelación la hizo a través de su Hijo, Jesucristo; por eso, desde el capítulo tres hasta el capítulo diez, presenta a los cristianos las cualidades del Sumo Sacerdote, Jesús, el cual vive eternamente para salvarnos y para interceder por nosotros.

Hebreos presenta a Jesús como el sumo sacerdote distinto a las órdenes sacerdotales levíticas y aarónicas. Este sumo sacerdote es de la tribu de Judá, la cual nada tiene que ver con órdenes sacerdotales. En consecuencia, es un sumo sacerdote eterno y perteneciente a una nueva Ley.

El escritor a los hebreos muestra a Jesús como nuestro Sumo Sacerdote e hijo de Dios, y por lo tanto, en 5:1 presenta a Cristo muy superior a los sacerdotes humanos, quienes vivían rodeados de debilidad y por ende, debían ofrecer sacrificios por ellos mismos y por el pueblo; en tanto que Jesús fue hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec (Heb.6:20). ¿Y por qué el escritor a los hebreos presenta a Jesús, según el orden de Melquisedec? Por lo siguiente:

Porque Melquisedec no tiene padre, ni madre y no tiene genealogía como los sacerdotes levíticos y aarónicos; además, Melquisedec es sin principio de días, ni fin de vida y por eso permanece sacerdote para siempre (Heb. 7:3). Por tanto, este sacerdote no era del linaje de Leví ni de Aarón; y por eso, tenía que haber cambio de ley; porque Jesús es “de la tribu de Judá, de la cual nada hablo Moisés tocante al sacerdocio”. (Heb. 7:14) En consecuencia, Jesús es sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec. (7:17).

Es más, el libro lo compara con Moisés en cuanto a fidelidad en toda la casa de Dios (3:2). Sin embargo, en el verso 3 lo diferencia de Moisés en cuanto a que Cristo tiene mayor gloria, porque “tiene mayor honra que la casa el que la hizo”. Entonces, Cristo es mayor que los ángeles, mayor que Melquisedec, y mayor que Moisés, porque es Hijo de Dios.

Ya con estos antecedentes, ahora a partir del capítulo 3 hasta el 10, como hemos visto antes, el autor presenta el sacerdocio de Jesucristo, el cual puede salvarnos eternamente, porque él vive para interceder por nosotros. Además, tiene un sacerdocio inmutable, por cuanto vive eternamente. (7:24); y el verso 25, que es nuestro texto base, nos dice que por estas razones anteriores, “puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”. Y también presenta otras razones: “Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos” (v. 26). ¿Habrá entonces otra persona que tenga el sacerdocio de Jesús? ¿Cuál de los sacerdotes del Antiguo Testamento, o de cualquier iglesia moderna que sigue ordenando sacerdotes, “es hecho más sublime que los cielos?” (7:26).

Acerquémonos pues a Dios, para que este Sumo Sacerdote, Jesús, interceda por nosotros (7:25).