Miqueas 7:9
Siguiendo el énfasis de este mes, continuamos con el lamento del profeta Miqueas por el pecado del pueblo de Israel. El profeta Miqueas dice: «Hasta que juzgue mi causa y haga mi justicia» Podemos ver la confianza que tenía este hombre. Él se sometía a la voluntad de Dios. Y pensamos que esa debería ser la actitud de los hijos de Dios hoy. En esta hora tan oscura y tan triste de la historia del mundo ¿qué deberíamos hacer? Bueno, aquí tenemos un factor de seguridad. Dios ha permitido que sucedieran todas estas cosas, pero Él aún está en control de todo. Entonces deberíamos someternos a Dios. Tendríamos que confesar nuestros pecados y mantener nuestras cuentas claras con Dios. Debemos estar al día con Él, tenemos que estar seguros de que debemos solucionar todos los asuntos pendientes en nuestra relación con Él, y esto es sumamente importante.
Veamos lo que Miqueas estaba diciendo: «La ira del Señor soportaré». ¿Por qué? «Porque pequé contra Él», continuó diciendo. Nosotros, como pueblo hemos pecado. Usted ha pecado; yo he pecado. Hemos seguido los pasos de esta sociedad aparentemente próspera, y hemos aceptado sus comodidades. Hemos sonreído ante esa falta de integridad que existe en la vida pública y hemos cerrado nuestros ojos a la gran inmoralidad que nos rodea. Quizá sea hora de que confesemos al Señor nuestros pecados, porque hemos pecado contra Él.
«Hasta que juzgue mi causa» – dijo aquí Miqueas – «y haga mi justicia»; Dios usaría la «vara» de Asiria para castigar a Sus hijos por sus pecados, pero después los restauraría y, como dijo en este versículo: «él me sacará a luz»; y añadió «veré su justicia». Ellos serían conscientes de que Dios los estaba juzgando. Leamos ahora el versículo 10: «Y mi enemiga lo verá, y la cubrirá vergüenza; la que me decía: ¿Dónde está Jehová tu Dios? Mis ojos la verán; ahora será hollada como lodo de las calles.»
Es decir, que al final, Dios triunfará. Pero lo trágico de todo esto sería que a causa del pecado del pueblo, ellos debían ser castigados. Y el enemigo se hizo esta pregunta: «Vosotros os jactasteis del hecho de que servíais a Dios, pero ¿dónde está Él? ¿Por qué no os ayuda? ¿Por qué no os libera Dios? Habéis dicho que Él lo iba a hacer». Bueno, el enemigo no podía ver la justicia de Dios. El enemigo no podía ver que Dios, al castigarlos, estaba tratando con ellos de manera justa y recta.
Después de que Dios restaure a Su pueblo, castigará a las naciones que abusaron de ellos e intentaron exterminarlos entonces ellos serán pisoteados como el lodo de las calles.
Ya que el cautiverio bajo Asiria era aún futuro para el pueblo de Israel, se interpreta que el «enemigo» aquí se refería a la nación de Asiria. Sin embargo, los dos versículos siguientes indican que un enemigo posterior y final estaba a la vista.
Miqueas había predicho la destrucción de los enemigos de Israel y entonces se dirigió a la restauración de Israel. La nación de Israel fue comparada a una viña en varios pasajes de la Biblia. Fijémonos especialmente en la canción de la viña, registrada en el libro de Isaías 5:1-7. Los muros, mencionados en el versículo siguiente, eran los muros edificados alrededor de una viña.
Veamos ahora lo que dice el versículo 11. «Viene el día en que se edificarán tus muros; aquel día se extenderán los límites.»
En los primeros días de su historia, el pueblo de Israel fue enviado a Egipto para convertirse en una nación. Después, Dios los envió a las tierras de Canaán, les entregó la Ley, los convirtió en un pueblo peculiar, los guardó evitando que se mezclaran con otros pueblos a través de matrimonios mixtos. Pero entonces, a causa de su pecado, Dios los condujo al cautiverio Babilónico. El pueblo de Israel tuvo un ministerio de testimonio ante el mundo, tanto en los períodos de contienda como cuando fueron dispersados por todo el mundo.