Retomamos hoy el estudio de 1ª Corintios 1:9, en donde el apóstol Pablo les dice a los creyentes de Corinto que Dios es fiel y que los ha llamado a la comunión con Cristo. Pablo está en Éfeso y transcurren los años 55-57. Corinto era el lugar más pecaminoso de todo el imperio romano en los días del apóstol Pablo.
Era una de las ciudades más florecientes de la antigua Grecia en el tiempo del imperio romano con tres puertos, dos de los cuales eran de importancia. En la actualidad ha perdido esa distinción debido a la construcción de un canal, que eliminó la necesidad de hacer escala en la ciudad.
Pero en el año 146 a.C., fue totalmente destruida por el general romano Lucio Mumio, sus tesoros fueron llevados a Roma y permaneció en esa condición por un siglo. Cien años después fue reconstruida por Julio César; eso tuvo lugar en el año 46 a.C., y la ciudad recobró todo su antiguo esplendor. En los días de Pablo tenía una población de unos 400.000 habitantes. La población estaba formada por gente de procedencia griega, de judíos, italianos y muchas otras nacionalidades. Marineros, negociantes, aventureros y refugiados de los cuatro puntos cardinales del imperio romano deambulaban por sus calles.
Los vicios procedentes del oriente y del occidente se unían en este lugar y contribuían a la degradación humana de la ciudad. Hasta la misma religión era usada para propósitos indignos. Se había edificado a la diosa griega de la belleza y del amor, Afrodita en griego, o Venus, según el nombre romano, un magnífico templo en el que miles de sacerdotisas servían en una adoración vil e inmoral. Esas llamadas sacerdotisas, pues, no eran otra cosa que prostitutas, porque el sexo era allí una religión.
Por esa razón dijo el apóstol Pablo cuando llegó: «Entre vosotros no quise saber de otra cosa que de Jesucristo y, más exactamente, de Jesucristo crucificado», (2:2) de esta primera carta, ésta era una ciudad entregada totalmente al placer, al libertinaje y al alcoholismo (1ª Corintios 5:9-11). En el imperio romano habían inventado una palabra nueva, era «corintianizar». Quería decir que se había alcanzado el límite de la bajeza moral.
En este contexto de corrupción de Corinto, el apóstol Pablo predicó el Evangelio. Fundó allí una iglesia y más tarde les escribió cuatro cartas, dos de las cuales tenemos en el Nuevo Testamento. Llegó a esta ciudad en su segundo viaje misionero, y en este lugar terminó su tercer viaje misionero. En los Hechos 18:1-18, se nos presenta el relato de los 18 meses pasados en Corinto. Allí conoció a Aquila y a Priscila. Ellos habían tenido que abandonar Roma debido a un edicto de Claudio el emperador Romano. Uno de los escritores romanos nos informa que la razón por la cual debieron salir, eran los disturbios causados por la persecución contra los judíos en Roma.
En su tercer viaje misionero se quedó en Éfeso por un largo período. Y allí llevó a cabo una labor extraordinaria en su trabajo misionero. Esa zona fue probablemente la más evangelizada. Sin embargo, ello provocó cierto malestar entre los corintios, ya que ellos eran creyentes muy recientes en la fe cristiana y estaban presionando insistentemente a Pablo para que los visitara. Aparentemente, Pablo les escribió una carta para corregir algunos de los errores que habían aparecido en esa iglesia. (2ª Cor 7:8-9). Pablo, pues, les respondió por medio de una carta que parece no nos llegó a nosotros, no sabemos qué pasó, además de las dos que sí tenemos. Parece que 2ª Corintios fue la cuarta epístola.
La carta que siguió después, a los informes que le llegaron, es la que conocemos como primera de Corintios y es la que estamos estudiando en este mes. Más adelante vemos que Pablo escribió una segunda carta también. En esta Primera epístola se destaca el punto clave de la supremacía de Cristo, el señorío de Jesús. Este tema tiene gran valor porque constituye la solución de los problemas.