El texto bíblico de 2ª Corintios 4:5, escrito por el apóstol Pablo, el gran predicador y fundador de iglesias en el Asia Menor, escribe cartas a las iglesias cuando personalmente no puede estar presente. Tiene, además, la ayuda de una serie de colaboradores, como Priscila y Aquila, Apolos, Timoteo y muchos más. Por eso utiliza el pronombre “nosotros” sus siervos, porque él no se presenta como el principal, sino como uno más de los predicadores.
Pablo tuvo una educación académica, a los pies del gran Gamaliel. Eso se lo dice a quienes lo acusan. Pablo en este momento se encontraba frente al pueblo en unas escaleras próximas al templo de Jerusalén. Después de hacer una seña para pedir silencio, Pablo empezó a hablar en hebreo.
Pablo, aunque era judío, y hablante de hebreo, también hablaba griego y latín. En este caso él les habla en hebreo: “Varones, hermanos y padres, oigan mi defensa dirigida a ustedes ahora. […] Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad a los pies de Gamaliel, instruido conforme al rigor de la Ley de nuestros antepasados, siendo celoso por Dios así como todos ustedes lo son este día”. (Hechos 22:1-3.)
Sin embargo, a pesar de gozar de una educación de altura, les dice a los corintios que él no se predica a sí mismo, sino a Jesucristo y considera a sus colaboradores como siervos de Jesucristo, igual que él. Pablo no era petulante, pero sí defendía su autoridad tanto académica, como espiritual. Gamaliel fue un célebre fariseo nieto de Hilel el Viejo, el fundador de una de las dos grandes escuelas del judaísmo farisaico. Por eso, Pablo dice que es irreprensible en cuanto a la Ley, porque era fariseo. Pero había una gran diferencia en Pablo; aunque había sido “instruido conforme al rigor de la Ley de nuestros antepasados”, era celoso por Dios. Ese celo lo llevó a convertirse en el apóstol de los gentiles, gran predicador de Cristo resucitado, y fundador de iglesias, porque era fiel creyente de que Jesús era “la principal piedra del ángulo” y porque había sido llamado a ser apóstol.
Además, Pablo estaba consciente que el evangelio no debe estar encubierto para nadie. Por eso, en el versículo 3 les advierte a los corintios: «Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; esto es, entre los incrédulos, a quienes el dios de este mundo les cegó el entendimiento, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios».
“El dios de este mundo» es Satanás; él es el dios de este siglo, o sea, el dios de esta época. Cuando uno recorre los paisajes más hermosos de este mundo, se resiste a considerar a Satanás como el dios de este mundo. Podemos decir que éste es el mundo de Dios. Aunque el pecado, la maldad humana, lo ha contaminado, es aún el mundo de Dios. El día de hoy Satanás ha cegado el entendimiento de los incrédulos para que oyendo no entiendan. La Palabra de Dios sigue encubierta para quienes se resisten a creer; por eso Pablo dice que él predica a Jesucristo; y el resultado de su tiempo fue la organización de varias iglesias. Pero esta misión lo puso al borde de la muerte en muchas ocasiones. En Listra lo apalearon y lo dejaron, porque lo creyeron muerto y al final, murió decapitado en Roma, por causa del Evangelio.
El enemigo de Dios es el dios de esta época. Él ejerce una influencia sobre lo que está ocurriendo en nuestro tiempo. Sin duda habremos escuchado a alguna persona decir: «no entiendo el evangelio, lo he escuchado toda mi vida, pero para mí no significa nada». Por eso, es urgente que la iglesia siga predicando a Jesucristo resucitado.