Nuestro sumo sacerdote y rey de paz

Durante este mes de julio vamos a estar enfatizando en el estudio de la epístola a los hebreos, especialmente 7:25. Como vimos el domingo anterior, a esta epístola no se le conoce el autor, aunque algunos estudiosos de la Biblia se inclinan a creer que fue el apóstol Pablo, pero otros prefieren el anonimato. Sin embargo, es una epístola rica en sabiduría, en la cual hacemos un recorrido destacando la fe de los patriarcas del Antiguo Testamento y con énfasis en la persona de nuestro Sumo Sacerdote, quien nos salva eternamente.

Es una epístola que nos enseña acerca de la revelación de Dios a través de la historia, para luego exaltar la revelación máxima a través de Jesucristo, el Hijo de Dios. El autor empieza de esta manera, para introducirnos al Sumo Sacerdote del cual hablamos el domingo pasado. Luego el escritor nos exhorta a atender las enseñanzas que desde Moisés y los Profetas hemos oído. Por lo tanto, no tenemos excusa “si descuidamos una salvación tan grande, la cual ha sido dada por medio de prodigios y milagros y repartimientos del Espíritu Santo” (Heb. 2:3-4).

También, en su enseñanza acerca del gran Sumo Sacerdote: Jesucristo el Hijo de Dios, lo compara con el sacerdote Melquisedec, Rey de paz; porque Salem significa paz en lengua hebrea y Melquisedec es Rey de Justicia, por cuanto el patriarca Abraham le entregó los diezmos del botín. (Heb. 7:2, 4).

Melquisedec es Rey de Justicia, porque «Melec» es una palabra hebrea que significa «rey», y «tsedec» significa «justicia». Como dijimos anteriormente, Melquisedec fue un tipo o figura de Cristo. Él representó a Cristo de varias maneras diferentes. Él fue un rey de paz y un rey de justicia. En cuanto al Señor Jesucristo, podemos decir que Él es un Rey. Él es justicia. El apóstol Pablo dijo en 1ª  Corintios 1:30, que Dios ha hecho a Cristo Jesús nuestra justificación.

Además, la epístola a los hebreos nos enseña que Melquisedec fue «un sacerdote del Dios Altísimo». Y por eso, Jesucristo es nuestro Gran Sumo Sacerdote, Hijo de Dios.

En el Antiguo Testamento, el detalle interesante fue que cuando Melquisedec salió para encontrarse con Abraham, trajo pan y vino. Ahora, creemos que estos dos personajes tan respetables del Antiguo Testamento, aquellos patriarcas, celebraron juntos la Cena del Señor. Ellos se estaban proyectando al futuro, a la venida de Cristo, 2.000 años antes de que Él viniera a este mundo; y en la actualidad, nosotros los cristianos nos reunimos para participar del pan y del vino, mirando hacia atrás en el tiempo de la venida de Cristo hace más de 2.000 años.

Este hecho lo contemplamos con admiración, temor reverencial y adoración. A veces la revelación Bíblica incluye verdades y eventos que tienen un significado profundo, que a nuestra mente le resulta imposible  comprender o explicar, a no ser que contemos con la guía y ministerio didáctico del Espíritu Santo de Dios. Es en pasajes como éste que la fe transita por lugares muy elevados (Heb. 11:1)

Melquisedec es una figura de Cristo, porque el Señor Jesucristo proviene de la eternidad, y se dirige hacia la eternidad. No tiene principio, ni fin. Él es el principio; y Él es el fin: Alfa y Omega. Uno no puede ir más allá de Él en el pasado, y no puede proyectarse más adelante que Él en el futuro. Ahora, ¿cómo puede uno encontrar a un hombre que ilustre esta realidad? Melquisedec se encuentra mencionado en el libro de Génesis, que es un libro que da los antecedentes de las personas. Por ello decimos que Génesis es el libro de las familias. Sin embargo, en este libro que presenta las genealogías, Melquisedec simplemente aparece en las páginas de las Escrituras proveniente de un lugar desconocido y luego sale de las páginas de las Escrituras hacia un lugar también desconocido. Continuaremos el próximo domingo.