¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?

(Lucas 24:5)

La Biblia relata que entre su resurrección y su ascensión a los cielos, Jesús estuvo en la Tierra durante 40 días. Sin embargo, las Sagradas Escrituras no ahondan en detalles, además de las apariciones a sus discípulos. Lo significativo es que fueron 40 días y que ese número tenía un simbolismo especial, ya que también fueron 40 días los días que Jesús pasó en el desierto, como parte de su preparación para los tiempos que venían, según Marcos 1:13: “Y estuvo allí en el desierto durante 40 días, y era tentado por Satanás, y estaba con las fieras; y los ángeles le servían”.

Gloriosamente, según el Nuevo Testamento, después de ser crucificado por los romanos, un día viernes, después de morir en la cruz, de ser ungido y sepultado en la tumba dispuesta por José de Arimatea, la tumba de Jesús de Nazaret apareció  vacía en la madrugada del domingo, para gloria de Dios, según lo predijo el mismo Señor Jesús.

Jesús Nazareno regresó de entre los muertos y permaneció 40 días en nuestro mundo, período en que el hijo de Dios permitió ser tocado y mostrar las marcas de los clavos en las manos y el costado, también caminó, habló y comió con sus discípulos y les enseñó. Y al final de esos 40 días ascendió a los cielos, para sentarse a la diestra de Dios Padre.

Jesús de Nazaret, después de resucitar, en los 40 días siguientes realizó once apariciones entre Jerusalén y el norte de Galilea, apareciendo en momentos y sitios distintos, a diferentes personas. Lo interesante de algunas de estas apariciones, sobre todo las primeras, radica en la dificultad en reconocer su identidad.

Jesús aparece ante sus discípulos y seguidores como Él mismo, pero al mismo tiempo como otro, un Jesús “transformado”. Para los seguidores de Cristo no es nada fácil hacer la inmediata identificación. Intuyen, sí, que es Jesús, pero al mismo tiempo sienten que ya no se encuentra en la condición anterior, y ante Él están llenos de vacilación y temor. Pero cuando se dan cuenta de que no se trata de otro, sino del mismo Jesús de Nazaret, aparece repentinamente en ellos una nueva capacidad de descubrimiento.

La primera persona que ve a Jesús es una mujer, María Magdalena, quien fue testigo privilegiado de la muerte de Jesús junto al apóstol Juan y, después de los sucesos del Gólgota, participó en los preparativos de su entierro. Esa primera aparición es el primer hito de los 40 días posteriores.

Lucas 24 relata algo muy especial: la participación de las mujeres como testigos de la resurrección, hecho del que no participan los discípulos varones. Son las mujeres seguidoras de Jesús que “el primer día de la semana, muy de mañana, vinieron al sepulcro, trayendo las especias aromáticas que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas, lo que significa que aun muerto el Señor, estuvieron prestas a invitar a otras mujeres para visitar la tumba.

Pero hallaron removida la piedra del sepulcro; y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes; y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado” (Lucas 24:5).

Entonces, ellas no se quedan con la evidencia, sino que dieron las nuevas de todas estas cosas a los once, y a todos los demás. Eran María Magdalena, Juana, y María madre de Jacobo, y las demás con ellas, quienes dijeron estas cosas a los apóstoles. Pero veamos la reacción de incredulidad de parte de los varones: “mas a ellos les parecían locura las palabras de ellas, y no las creían” (Lucas 24:11). He aquí el ministerio que las mujeres ejercen en la iglesia de hoy: testigos de Su resurrección.