Hoy vamos a finalizar con el contenido de Filipenses 4:7, en el cual, el apóstol Pablo nos dice a sus lectores que esa paz sobrepasa todo entendimiento, nuestros corazones y nuestros pensamientos «porque estamos unidos a Cristo Jesús». Quisiéramos destacar una idea importante. Hay personas que dicen que la oración cambia las cosas. No hay, por supuesto, nada que objetar a esta afirmación. Porque la oración realmente cambia las cosas. Pero ese no es el propósito principal de la oración.
Recordemos que al entrar en este pasaje que hoy estudiamos encontramos ansiedad, preocupación y ahora, al llegar al final de este párrafo salimos de él con paz. Entre ambos extremos, por un lado, la ansiosa preocupación, y por otro la paz, se encuentra la oración. Ahora, ¿han cambiado las circunstancias? Realmente, no. Las fuerzas de la naturaleza continúan expresándose en toda su intensidad. La tormenta puede aún continuar mostrando su furia, el viento arrasa todo lo que encuentra a su paso, las olas siguen elevándose amenazadoramente, y el trueno haciendo oír su estruendo. Pero, aunque el temporal no haya amainado, algo ha sucedido en el individuo. Algo ha ocurrido en el alma y la mente humanas.
Jesús, en el evangelio de Mateo 14:34-36, había ordenado a sus discípulos que se fueran a la ciudad de Capernaun mientras él despedía a la multitud; pero resulta que cuando los apóstoles iban navegando hacia su destino, les sorprendió una tempestad. Como los vientos eran contrarios y remaban con mucha dificultad, estaban temerosos. Más aún cuando vieron que Jesús se les acercaba caminando sobre las aguas. Pero el Señor se manifestó a ellos, subió a la barca y se calmaron los vientos que les resultaban contrarios.
Sin embargo, esta tormenta desvió el rumbo que ellos llevaban hacia Capernaun y arribaron en Genesaret.
En este pasaje tenemos la siguiente lección: aunque los vientos se calmaron, ya el rumbo no era el mismo. Se habían desviado de su destino original, pero el Señor sabía que en Genesaret lo estaban esperando muchas personas necesitadas. Y allí hizo muchos milagros. “Y terminada la travesía, vinieron a tierra de Genesaret. 35 Cuando le conocieron los hombres de aquel lugar, enviaron noticia por toda aquella tierra alrededor, y trajeron a él todos los enfermos; (Mateo 14:34-35).
Muchas veces, en la vida, al enfrentarnos con momentos de ansiedad o angustia, queremos que Dios cambie todas las circunstancias que nos rodean. Y entonces nos apresuramos a pedirle cosas a Dios: le decimos «No permitas que esto suceda», «Ábrenos esta puerta que se ha cerrado» «Líbranos de esta situación» Pero en estos casos, deberíamos estar orando y diciendo: «Oh Dios, cámbiame, transfórmame».
No olvidemos que la oración constituye el secreto del poder. Y si llevamos esta afirmación a la práctica, viviremos la experiencia expresada en este versículo, en el sentido de que entraremos en una situación con angustia, ansiedad, preocupación, y permaneceremos en ella con la paz que solo Dios puede dar. Así que la alegría es la fuente del poder; y la oración es el secreto del poder.
Por hoy, vamos a detenernos aquí. Sin embargo, le recordamos leer los versículos siguientes de este capítulo final de la epístola a los Filipenses. De manera que si usted está pasando por momentos difíciles como los que acabamos de mencionar, queremos transmitirle un sentimiento de esperanza. Por ello, recordamos las palabras del apóstol Pablo a los Romanos 8:37 y 38, porque creemos que el Espíritu Santo las puede aplicar a su vida en los momentos en que el consuelo y la paz son indispensables para poder continuar la lucha por la vida.
Después de enumerar algunas situaciones verdaderamente angustiosas, muchas de las cuales él había vivido, dijo el apóstol Pablo: “en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. 38 Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, 39 ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro.” (Romanos 8:37-39).