Predicamos a Jesucristo como Señor

Las reflexiones para este mes de octubre están basadas en 2ª Corintios 4:5 en donde el apóstol Pablo les escribe esta carta a los creyentes de la ciudad de Corinto. En reflexiones pasadas hemos leído con profundidad las condiciones espirituales de esta iglesia.

En este texto encontramos aspectos básicos que la iglesia cristiana evangélica debe cumplir: 1) la iglesia predica a Jesucristo; 2) Jesucristo es Señor e imagen de Dios; 3) los miembros de la iglesia son siervos de Jesucristo; y 4) predicamos por amor a Jesús.

La principal diferencia entre la iglesia cristocéntrica y las otras religiones es que el único tema de predicación es Jesucristo y éste, crucificado. Esto quiere decir que la base del conocimiento doctrinal está basado en el Nuevo Testamento; pero sin perder de vista que los profetas del Antiguo Testamento anunciaron el advenimiento del Mesías hecho carne para nuestra redención.

El segundo aspecto que encontramos en nuestro texto base es que Jesucristo es Señor e imagen de Dios. Ningún fundador de religiones se ha autocalificado como la imagen de Dios. Por eso, los bautistas tenemos como uno de nuestros principios, el señorío de Jesucristo. El evangelista Lucas, en el capítulo 4 y verso 12 de Hechos, nos confirma que “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”.

El tercer aspecto es que los creyentes, miembros de una iglesia, somos siervos de Jesucristo. Ya no somos siervos del pecado ni de ningún líder de iglesia ni de ninguna otra religión, ni de partido político. Porque Cristo no vino a fundar una religión, sino a salvar a los pecadores y para dar su vida en rescate por nuestros pecados. Por eso, en respuesta a semejante sacrificio de nuestro Señor, nos declaramos siervos de él; y como siervos, proclamadores del reino que vino a establecer sobre la Tierra. Al considerar a Jesucristo como Señor, la consecuencia es que los redimidos por su sangre somos consagrados siervos. Pero debemos estar claros que el reino que Jesús vino a proclamar no es político, ni Cristo vino a proclamarse como libertador político, sino a libertarnos del yugo del pecado.

Y el cuarto aspecto es que al ser liberados del yugo de la esclavitud del pecado y pasar a ser siervos de Jesucristo, proclamamos sus principios por el amor que le tenemos. Pablo exclama en su carta a los corintios que los que proclaman el Evangelio de Cristo lo hacen por amor y no por obligación de ningún líder de iglesia, ni por amor al dinero, sino por amor a quien nos redimió del pecado. Cualquiera, pues, que predica el evangelio por otras razones que no es por amor, es un charlatán, engañador y falso profeta.

En esta segunda carta del apóstol Pablo a los corintios, contenida en nuestro Nuevo Testamento, encontramos una aseveración irrefutable. Dice Pablo en el verso 7: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros”. Por tanto, somos seres débiles, frágiles como un vaso de barro que con el menor golpe se quiebra, pero con el propósito de darle la gloria a Dios. Por eso decía el apóstol Pablo que no nos predicamos a nosotros mismos, porque es Dios quien tiene el poder.

Luego, el apóstol expresa en el verso 2 de este capítulo 4 que los que predican a Jesucristo no andan “con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino por la manifestación de la verdad recomendándonos a toda conciencia humana”. Y qué difícil es dar testimonio delante de los incrédulos, porque ellos juzgan a los demás por lo que ellos son: pecadores rebeldes e incrédulos de lo que Dios puede generar en la persona humana, que es el nuevo nacimiento. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es…”