Con la reflexión de hoy, último domingo de julio, finalizamos el estudio del libro de Hebreos; ha sido un estudio muy profundo sobre el mensaje proclamado al pueblo de Dios por medio de los ángeles, los patriarcas, los profetas y por la revelación por excelencia, la de nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios.
Pero hay además algo muy especial en las referencias que hace el autor de la epístola a los Hebreos. Se trata de la inclusión de la figura del sacerdote Melquisedec. Además que no tenía linaje, o por lo menos no se menciona en la Biblia, Melquisedec era gentil, mientras que Abraham era hebreo, padre de la Promesa, fundador del pueblo de Dios. Entonces, desde la antigüedad, Dios extendió su plan de salvación al pueblo gentil, incluidos nosotros, que como dice el apóstol Pablo, haciendo una magnífica analogía del plan de salvación de Dios, afirma:
“Algunas ramas del árbol de Abraham —algunos del pueblo de Israel— han sido arrancadas; y ustedes, los gentiles, que eran ramas de un olivo silvestre, fueron injertados. Así que ahora ustedes también reciben la bendición que Dios prometió a Abraham y a sus hijos, con lo cual comparten con ellos el alimento nutritivo que proviene de la raíz del olivo especial de Dios”.
Uno pensaría que Abraham sería superior a Melquisedec, pero no fue así. Melquisedec era un gentil (es decir, un no judío) pero era un sacerdote del Dios altísimo. No sabemos de donde obtuvo esa información sobre Dios, ni conocemos los antecedentes de este hombre. Y si alguien trata de darle más información sobre él, simplemente estaría especulando o suponiendo. También hay muchas cosas en cuanto al Señor Jesucristo que no podemos explicar, porque Él es Dios, pero sí sabemos que Él es hoy nuestro Gran Sumo Sacerdote, y esto es todo lo que necesitamos saber.
En el capítulo 7:7 de la epístola a los Hebreos, dice: «Y, sin discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor», porque Abraham fue bendecido por Melquisedec, que era menor que él. Cuando usted y yo adoramos al Señor Jesús y nos inclinamos ante Él, estamos reconociendo Su superioridad.
Sin embargo, hoy estamos completos ante Dios porque nos encontramos unidos a Cristo. Dios me ve en Cristo, y estoy completo en Él. Soy aceptado en el amado Cristo. «Si, pues, la perfección fuera por el sacerdocio levítico-bajo el cual recibió el pueblo la Ley-, ¿qué necesidad habría aún de que se levantara otro sacerdote, según el orden de Melquisedec, y que no fuera llamado según el orden de Aarón?»
En otras palabras, el detalle que caracterizó al sacerdocio de Aarón fue que era incompleto. Nunca trajo la perfección, es decir, una comunión completa con Dios. Nunca proveyó redención y aceptación al pueblo ante Dios. Nunca logró su objetivo. En consecuencia, necesitamos a Cristo. «Pues cambiado el sacerdocio, necesario es que haya también cambio de ley». Nosotros no estamos bajo la ley de Moisés. La ley de Moisés perteneció al sacerdocio de Aarón, el cual ofreció sacrificios de sangre. La ley de Moisés y el sacerdocio de Aarón iban juntos. “Porque manifiesto es que nuestro Señor vino de la tribu de Judá, de la cual nada habló Moisés tocante al sacerdocio. 15 Y esto es aun más manifiesto, si a semejanza de Melquisedec se levanta un sacerdote distinto, 16 no constituido conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible. 17 Pues se da testimonio de él: Tú eres sacerdote para siempre, Según el orden de Melquisedec. (Heb. 7:14-17)
El Señor Jesucristo vino de la tribu de Judá y, por lo tanto, nunca podía ser un sacerdote aquí en la tierra, porque no está constituido conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible y por eso, nos puede salvar perpetuamente.