Una iglesia cimentada en el amor

Durante este mes de marzo estamos enfatizando en el texto de Efesios 3:17, en donde se nos exhorta a vivir arraigados y cimentados en el amor de Dios y su hijo Jesucristo. En verdad, la Biblia está llena de capítulos y versículos que nos instan a cimentar nuestra vida cristiana en el amor.

El apóstol Pablo en 1ª Corintios 13:1-3 nos explica que “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe”. Por tanto, el amor es más que hablar lenguas, más que profetizar, más que entender todos los misterios y toda la ciencia y más que tener una fe que logre traspasar un monte a otro lado. Y sigue enumerando actos caritativos, como “Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve”. De manera que quien no tiene el amor de Dios y de su hijo Jesucristo, no conoce a Dios.

Es el mismo apóstol Pablo que nos está requiriendo que estemos arraigados y cimentados en el amor, en la carta a los efesios. Si nuestras vidas cristianas no están arraigadas en el amor, éstas se marchitarán y se desvanecerán. El amor, que es la tierra del alma, provee el nutriente necesario para sostener vidas cristianas — fragantes y productivas. El amor eterno de Dios es lo que Jesús demostró en Su vida y en Su muerte.

Y si nosotros estamos arraigados en ese amor, Su amor se reproducirá en nosotros.Y este pasaje también dice que tenemos que estar cimentados EN EL AMOR. La palabra griega traducida “cimentado”, se relaciona con el cimiento de un edificio. Nuestro Señor Jesucristo usó la misma palabra en Su parábola de los dos constructores, el uno sabio, y el otro, tonto.

Hablando del hombre sabio, que construyó su casa en la roca, Jesús dijo en Mateo 7:25, “Cayó la lluvia, vinieron los ríos, y soplaron los vientos, y azotaron aquella casa, pero esta no se vino abajo, porque estaba fundada sobre la roca.”

No importa cuán maravillosa sea la organización cristiana, que edifiquemos. No importa cuán eficiente, y exitosa sea. No importa cuán imponente sea la iglesia que construyamos. Si nuestros esfuerzos no están cimentados en el amor de Dios, no servirá de nada.

Años después, de que Pablo le escribiera esto a los Efesios, nuestro Señor Jesucristo tuvo que advertirle a esa misma iglesia en Apocalipsis 2:2-5, “Yo conozco tus obras, tu arduo trabajo y tu paciencia. Sé que no soportas a los malvados, que has puesto a prueba a los que dicen ser apóstoles, y no lo son, y que has descubierto que son unos mentirosos.

3 Por causa de Mi nombre has resistido, sufrido y trabajado arduamente, sin rendirte. 4 Pero tengo contra ti que has abandonado tu primer amor. 5 Así que ponte a pensar en que has fallado, y arrepiéntete, y vuelve a actuar como al principio.”

El amor tiene que ser la base de la vida de la iglesia. De lo contrario, ¡NO DURARÁ! La iglesia de Éfeso, en los tiempos de Juan, estaba insolvente. Sus muchas obras podrían ser comparadas a monedas falsas – monedas que nunca habían sido acuñadas en el amor.

A lo mejor Pablo sintió, que esto le pasaría a la iglesia de Éfeso, y por eso estaba recalcando la necesidad de cimentar la vida cristiana y la vida de la iglesia sobre el fundamento del amor.

18 Sean ustedes plenamente capaces de comprender, con todos los santos, cuál es la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo. Imagínate los sentimientos de amor más intensos que hayas sentido en tu vida. Esa época en que sentiste que tu corazón estaba a punto de explotar por tu amor tan abrumador por alguien.